Que levante la mano la primera mujer, o ser menstruante que crea que se las sabe todas en materia de menstruación. Hemos sido víctimas a lo largo de los siglos de una irregularidad generalizada al ser evaluadas y señaladas a partir de la química del cuerpo masculino, ése ha sido el organismo de medición más cercano al nuestro y por eso vivimos en un sistema que no nos entiende y eso nos frustra.

Sí partimos del hecho de que las mismas mujeres desconocen y callan sus procesos biológicos a nivel social, es porque hay un problema a nivel educativo y cultural que aqueja a la población colombiana. En resumidas cuentas, un país maravilloso que carece de educación sexual de calidad en los colegios y perpetua el tabú menstrual en los hogares.

Y para no irnos muy lejos, un ejemplo de que la sociedad necesita una reordenación en materia de menstruación, tomemos como referencia la canasta básica familiar. Se supone que algunos productos de primera necesidad no pagan el impuesto al consumo, porque justamente son imprescindibles para el consumidor. Ahora pregunto si un periodo menstrual cada 29 días, que acompaña a una mujer durante 40 años no es suficiente motivo para que eliminen el IVA y cotidianicen de una vez por todas un proceso natural. Con esto ratificamos que para el gobierno no somos tan importantes porque los hombres no menstrúan y en la mayoría de los casos son las madres solteras, o las jóvenes trabajadoras de estratos bajos las más afectadas por el alza en los precios de los productos «rosa».

Lo interesante desde el enfoque de género, es que las mujeres somos un negocio redondo. Nos vulnera el sistema, la publicidad y los medios para que seamos sumisas, nos venden productos innecesarios porque somos cuerpos defectuosos en busca de la perfección. Nos matan en la calle por llevar una falda, nos atacan por no encajar en el sistema patriarcal si nos bronceamos en tetas y aun así contribuimos anualmente la suma de $202.097 millones por menstruar, como si ya no fuera suficiente tener que ganar menos del 20% en materia salarial y profesional frente a los hombres.

Con esas brechas hablar de igualdad es lejano, debemos empezar a cotidianizar lo natural, porque no puede ser que habitar tu cuerpo sea un privilegio del que no te dejan disfrutar.